INTRODUCCIÓN

Transcurrida una década desde la muerte de Arturo Frondizi, cuando muchas pasiones se han acallado y emerge un sereno y extendido reconocimiento de su condición de estadista, no se ha disipado, aún, el estereotipo que estigmatizó su figura como un ejemplo de oportunismo político, capaz de pactar sacrificando principios y cultivar una vocación de poder por encima de toda norma moral. Nada más alejado de la verdad.

Sin embargo, es posible que las futuras generaciones hereden ese estereotipo acuñado por buena parte de la historiografía, el periodismo y la intelligentzia  de su tiempo que lo juzgó, desde la derecha hasta la izquierda, de manera inmisericorde como un frío táctico que subordinó los fines a los medios. La declinación física de sus últimos años y algunos personajes que lo rodearon, contribuyeron a afirmar en el imaginario colectivo, ese injusto estereotipo.

En suma, en el debate político nacional ya no se discute seriamente el papel del capital externo en el desarrollo, la integración del justicialismo a la vida político-institucional, el papel de la energía, la ciencia y la técnica como factores clave del desarrollo, la modernización del sistema educativo, la integración nacional y regional, ni la necesidad de una política exterior con grados de autonomía que permitan a la Argentina vincularse al mundo en condiciones de actor del sistema internacional. Las ideas y los postulados de Frondizi se han impuesto. La revalorización de la dimensión ideológica y moral de su figura está pendiente.

Ese debiera, a nuestro entender, ser el eje, el sentido y la propuesta de este homenaje público, al conmemorar la primera década de su desaparición física.

En línea con las reflexiones que anteceden, nos  proponemos abordar esta exposición, comenzando por definir la ideología como un objeto de análisis en el cuál subyace una ética específica. Luego analizaremos las diferentes etapas de la evolución ideológica de Arturo Frondizi, examinando los cambios operados en su cosmovisión política a lo largo de más de cuarenta años. Fundaremos el análisis en base a la relación entre información e ideología, su interacción y los modelos de cambio ideológico que la incorporación de nueva información implica. El sentido de este análisis es demostrar que la visión simplificadora que lo condenó como un político oportunista, maquiavélico y desconcertante es falsa y errónea. Por el contrario, Arturo Frondizi fue un actor político permanentemente comprometido con la evaluación crítica y la revisión de su propia ideología, lo que le permitiría entender las aceleradas transiciones del mundo de postguerra y usarlas como guía para la acción.

LA IDEOLOGÍA COMO OBJETO DE ANÁLISIS

La primera cuestión es ponernos de acuerdo sobre las palabras. A los efectos de nuestro análisis entenderemos por ideología una visión del mundo que incluye una filosofía de la historia y el papel del hombre en ella. Una estimación de las probables líneas del desarrollo hacia el futuro y un conjunto de prescripciones sobre como acelerar, retardar y/o modificar la dirección del desarrollo histórico.

Nos parece que, en el caso de Arturo Frondizi, tal concepto de la ideología  resulta compatible con su “Weltanschauung”, para utilizar la intraducible palabra de los alemanes, o, lo que resulta más comprensible, su cosmovisión del mundo.

Las ideologías políticas dicen lo que hay que hacer desde el poder y para quien, mientras que los esquemas programáticos, que son un desprendimiento de ellas, señalan el cómo y el cuanto de tales acciones. En consecuencia, la fijación de prioridades en el gasto público es una cuestión esencialmente ideológica. El  por qué se privilegia una inversión o se hace una obra y se posterga otra encuentra en la ideología su respuesta.

Y puesto que inevitablemente sus propuestas tienen destinatarios, es decir, favorecen o perjudican a alguien concreto, todas las ideologías políticas llevan en sus entrañas una ética, o sea una justificación deontológica o axiológica de sus planteamientos. Hay una ética del poder y una ética de la distribución del ingreso o de la solidaridad. Esa ética del poder que subyace en las ideologías y en sus cambios o transformaciones es la que, a nuestro parecer, funda la sólida personalidad moral de Arturo Frondizi.

Una de las grandes falacias de nuestro tiempo es que han muerto las ideologías. Es una tesis falsa y peligrosa promovida por quienes hacen política hablando contra la política y cultivan la antipolítica postulando el “gobierno de los gerentes”. Es falsa, porque no es verdad que hayan muerto: están indisolublemente ligadas a la teoría y práctica del gobierno.

Es cierto que algunas ideologías han entrado en crisis, porque la crisis es parte de la existencia y de la vida. Las ideologías tienen vida, por tanto, están sometidas a las inexorables leyes de la dialéctica. Ellas son perfectibles, están en permanente revisión e integración, como lo demuestra el ejemplo de Frondizi. La quietud ideológica no existe, no hay sagradas escrituras políticas establecidas de una vez y para siempre. Ninguna ideología es eterna. Lo que muere, o debiera morir, son los dogmas, los fundamentalismos, la charlatanería seudo-ideológica y las verdades políticas inmutables. Han muerto, o deben morir, los paradigmas políticos con pretensiones de eternidad. Pero las ideologías viven, evolucionan, se transforman y trascienden a sí mismas. Son las diversas formas de entender la organización de la sociedad y la conducción del Estado.

La lección que esos hechos nos dejan, fue anticipada en la teoría y la práctica por Arturo Frondizi. La ideología debe someterse a dos pruebas para garantizar su viabilidad: el libre debate de sus postulados incorporando nueva información e integrándola al acervo preexistente y su consistencia con la realidad social. Ellas se construyen todos los días, su revisión es una tarea permanente. La realidad las modifica, les impone límites y condiciones de factibilidad. Siempre, la realidad impone su sello a los anhelos ideológicos. Si una ideología resiste ambas pruebas es buena. Pero esta no es una bondad universal. Es una bondad referida necesariamente a condiciones espacio-temporales determinadas.

Se ha dicho hasta el cansancio que la política es el arte de lo posible pero también es el arte de hacer posible lo deseable. Para esto último la ideología es esencial. Tan esencial que la propia afirmación de que “las ideologías han muerto” es, en sí misma, un acto ideológico de claro contenido reaccionario.

LAS ETAPAS DEL CAMBIO IDEOLÓGICO EN ARTURO FRONDIZI

Nuestra exposición se encuadra en el marco temporal que va de 1930 a 1970. A lo largo de esas cuatro décadas  identificamos cuatro etapas en su evolución ideológica, que ordenamos de la siguiente manera:

  • De 1930 a 1943, la que denominamos etapa “reformista”
  • De 1944 a 1955, la que llamamos etapa de “transición”
  • De 1956 a  1966, la que consideramos etapa “desarrollista democrática”
  • De 1966 a  1970, la  que conceptuamos como “desarrollismo militarizado”
  • Finalmente haremos una sumaria mención al retorno a una concepción que vincula democracia y desarrollo, de 1973 a 1975 y desde 1983 hasta su muerte.

Frondizi se interesó por la política antes de 1930, pero resulta difícil ahondar en su pensamiento por los escasos antecedentes escritos de que se dispone. En general, él mismo se identifica con el radicalismo de Irigoyen, aunque esta identificación no fuera total. Según Isidro Odena parecía estar más influido por el pensamiento marxista que por el irigoyenismo,  pero a la vez se sentía mucho más nacionalista que socialista. Personalmente, luego de relevar la opinión de muchos de sus contemporáneos, lo calificaría como un “roosveltiano” fuertemente influenciado por el New Deal.

En consecuencia, sus dos principales orientaciones eran la reforma social y el nacionalismo. Estos dos temas se reflejan en sus escritos universitarios.

En 1928, argumenta que la verdadera tarea patriótica es reformar y renovar la sociedad argentina. Y agrega que él siempre ha  pertenecido a la “línea reformista” del radicalismo. También se identifica fuertemente con la Reforma Universitaria, ocurrida durante el Gobierno de Irigoyen y con la orientación reformista que ella representa.

Los factores que explican este tipo de orientación política tienen que ver con su pertenencia a la clase media de origen inmigratorio que adhería masivamente al radicalismo; sus tendencias intelectuales; su trayectoria universitaria en un tiempo en que en los claustros el debate político se orientaba hacia posiciones de izquierda. Además, su atracción por la filosofía, a la que no eran ajenos sus hermanos Silvio, Ricardo y Risieri, indicaba una predisposición hacia el pensamiento complejo y sistemático. Su adhesión al radicalismo dentro de un contexto universitario, sesgado hacia el izquierdismo y el anarquismo, fue un signo de independencia intelectual y pragmatismo político. Pero Frondizi era y sería un radical singular, con una mente abierta a la pan-política que, en ese entonces se proyectaba en la propuesta del Frente Unitario y que, con los años, devendría en la idea del Frente Nacional. Acorde con ese perfil de libre pensamiento, no puede omitirse su extensa y prolífica actuación intelectual en el Colegio Libre de Estudios Superiores.

LA ETAPA REFORMISTA (1930-1943)

Durante todo este período Frondizi se vio envuelto en las luchas internas del radicalismo para llevar a la Intransigencia a la conducción del Partido y, al mismo tiempo, combatir al régimen conservador y fraudulento que gobernaba la Argentina. Su pensamiento apunta a dos metas muy claras: la mejora de los estándares de vida del pueblo y la lucha por la autonomía nacional. En un artículo de 1937 expone las contradicciones económicas que genera el desigual reparto de la riqueza, concluyendo que el problema más urgente no es de producción sino, esencialmente, de distribución de la riqueza.

Sin embargo, el alcanzar la emancipación nacional aparece como la precondición y el objetivo prioritario. Esa meta tiene dos aspectos interrelacionados. El primero es la soberanía económica. Como Argentina estaba fuertemente influenciada por los intereses monopólicos extranjeros, era necesario desplazarlos del manejo de los resortes básicos de la economía. En tal sentido Frondizi se pronuncia por la nacionalización del petróleo, los transportes y los servicios públicos. El otro aspecto era la soberanía política. Frondizi sostenía que la influencia extranjera disminuiría en la medida que se restringiera su  control sobre los mecanismos básicos de la economía.

Sostenía otras medidas de contenido social como la reforma agraria, necesaria para terminar con los grandes latifundios improductivos, el derecho de huelga y otras reformas que elevaran las condiciones de vida de los trabajadores y ampliaran el acceso a la educación.

Otro rasgo fundamental de la ideología de Frondizi, en este período, tenía que ver con las condiciones para alcanzar el poder e implementar las políticas propuestas. Ello suponía  cumplir dos objetivos: la reforma al interior del Partido Radical y la eliminación del fraude electoral, es decir, el establecimiento de elecciones libres y transparentes. La reforma partidaria se imponía para establecer un liderazgo que consagrara las reformas económicas y sociales que Frondizi postulaba. Al mismo tiempo, era necesario asegurar elecciones libres ya que éstas representaban la única posibilidad pacífica por la cuál el radicalismo podía acceder al poder.

Uno de los temas favoritos de Frondizi, en este período, fue sostener que la preservación de un sistema democrático estable dependía del debilitamiento del poder de la oligarquía domestica que había sido usado para deponer a Irigoyen. Era claro que las reformas económicas y sociales que proponía no buscaban solamente mejorar las condiciones de vida de las clases populares, sino también echar las bases de una democracia estable. La nacionalización, pues, suponía servir a dos propósitos: impulsar el nacionalismo económico y asegurar el régimen democrático.

Había otra cuestión en relación con su visión ideológica de los años 1930’s vinculada con la postura argentina en materia de política internacional. La política de Irigoyen había favorecido la neutralidad y el no alineamiento con bloques políticos internacionales. La posición de Frondizi, en la década siguiente, fue consecuente con los postulados irigoyenistas.

Existe otro punto de necesaria clarificación, su convicción de que la democracia era un medio antes que un fin en sí mismo. Hay numerosos pasajes en los escritos de Frondizi en los cuáles indica que esa es la correcta interpretación. En un artículo de 1933 describe a la democracia como un medio para alcanzar la soberanía económica y la igualdad. En un artículo publicado un par de años después habla de dos aspectos fundamentales de la democracia: su “forma” que es política y su “contenido” que es económico y social. En un artículo posterior (1937) distingue entre la estructura formal y el contenido de la democracia, definiendo a éste último como el “fin” o la “meta” de la acción política.

Esta primera etapa de la ideología de Frondizi había adquirido solidez y consistencia hacia  mediados de los años treinta y no existe evidencia de cambios sustanciales antes de 1940. Sin embargo sus artículos de 1944 y 1946 representan considerables cambios, por lo cuál resulta conveniente trazar una línea divisoria en 1943, cuando se derrumba el régimen conservador y Perón inicia su ascenso al poder.

LA ETAPA DE TRANSICIÓN  (1943-1955)

Los primeros signos de esta segunda etapa que llamaremos transicional, aparecen en un artículo publicado por Frondizi en 1944. No hay evidencias de que Frondizi hubiera cambiado sus principales metas ideológicas, que continúan siendo la autonomía nacional y las reformas económico-sociales. Pero, en ese artículo aparece un nuevo concepto: el desarrollo económico, que emerge estrechamente vinculado con la industrialización. Frondizi señala la creciente importancia de los problemas de la industria nacional cuya emergencia ha capturado la atención de los estudiosos de la economía. Se referirá a los potenciales efectos de la industrialización sobre la economía argentina pero insistiendo, todavía, en que la nacionalización y la reforma agraria constituyen prerrequisitos esenciales para el desarrollo económico.

En 1946 Frondizi publica un importante artículo donde vuelve a focalizar la atención en el desarrollo y afirma: “Cualquier plan para contar con una economía independiente o para elevar los niveles de vida del pueblo, está atado al crecimiento industrial”.

En el mismo año afirma que: los servicios públicos en manos de la nación permitirán su utilización como un factor para estimular el progreso económico y cultural. Agrega que los transportes y los recursos energéticos deben estar en manos públicas para servir al interés colectivo del desarrollo antes que a los intereses y utilidades privadas. También señala que en ausencia de un monopolio estatal del petróleo, las corporaciones extranjeras podrían mantener deliberadamente bajos los niveles de producción para favorecer la importación de petróleo del exterior, afectando negativamente el desarrollo de Argentina. Similar argumento fue sostenido en “Petróleo y Política” (1954).

Los seis años de Frondizi como Diputado (1946-1952) marcan su formación en el manejo de  los asuntos gubernamentales. Los viejos funcionarios de la Dirección de Información Parlamentaria, lo recuerdan como el legislador más trabajador, serio y dedicado de su tiempo. Fundamental para nuestra tesis, es consignar su avidez de información no convencional que lo llevaba a abrevar en los famosos “Kissing´s Contemporary Archives”, que llegaban a Información Parlamentaria, en épocas de don Carlos Bidegain, y nadie –excepto Frondizi- consultaba.

Otros nuevos elementos que aparecen en esta etapa tienen que ver con diversas medidas para expandir el rol del Estado en función de estimular el desarrollo económico. Uno de esos  elementos tiene que ver con la protección  a la industria nacional. Otro se relaciona con el planeamiento económico que Frondizi propugnaba a través de la creación Consejo Económico Nacional. Un tercer aspecto, postulaba el uso del ahorro externo para proveer a la mecanización de la agricultura.

En el terreno de la política exterior reafirma la posición de Irigoyen en el mantenimiento de la neutralidad y el no alineamiento, que ya se había convertido en una tradición sostenida por la Intransigencia. La posición de Frondizi se expresa en un documento de 1950 sobre el Tratado de Río de Janeiro que establecía el TIAR y contra cuya ratificación votó el bloque de la UCR, siendo votado favorablemente por los peronistas, con muy pocas excepciones. En un extenso análisis Frondizi afirma que los compromisos de “mutua seguridad” comprometen a la soberanía argentina. Él condena cualquier medida que pudiera automáticamente comprometer a la Argentina en un conflicto internacional entre otros países, y especialmente con los EE.UU.

Hubieron también cambios ideológicos respecto de las condiciones para alcanzar el poder. Frondizi continuó trabajando por la reforma partidaria pero, a partir de 1948, con el triunfo de los Intransigentes el objetivo pasó a ser consolidar el poder antes que conseguirlo. En esta época se incorpora la “Declaración de Avellaneda”, aprobada en 1945, como documento oficial del Partido. Frondizi había leído las obras del social demócrata inglés e ideólogo del Laborismo, Harold Lasky. Junto con Moisés Lebenshon representaban la vanguardia intelectual de la UCR y, ambos, participaron en la redacción de “Declaración de Avellaneda”. En un documento inédito, muy posterior, de su archivo personal, Frondizi recuerda que: “La Declaración de Avellaneda fue la bandera de lucha de la Intransigencia contra los sectores Unionistas que representaban una típica mentalidad conservadora, enemiga de los cambios estructurales. El hecho es que, visto desde la distancia, el Programa de Avellaneda fue mucho más una bandera de lucha que posibilitó el triunfo de la Intransigencia que una respuesta científica a los problemas que afligían al país en la década de los años 40”.

En 1948, Frondizi ya estaba convencido que el desarrollo sería un factor decisivo para derrotar a la oligarquía, dado que el poder que detentaba la misma se basaba en el control de las exportaciones tradicionales en materia agrícola. Dado su interés por los estudios económicos estaba familiarizado con los análisis sobre la emergencia de modernas burguesías industrializantes que reemplazaban a las viejas oligarquías agrarias. Frondizi consideraba esencial el fortalecimiento de una burguesía nacional, una poderosa élite nacional que pudiera desplazar a la oligarquía tradicional y echar las bases para expandir la economía y consolidar un sistema democrático estable.

Finalmente, debemos aclarar que hemos denominado a esta etapa “transicional” porque reconoce elementos que estaban en la etapa anterior y anticipa elementos que caracterizarán a la etapa siguiente.

LA ETAPA DESARROLLISTA DEMOCRÁTICA (1956-1966)

Esta nueva fase del desarrollo ideológico de Arturo Frondizi comienza a emerger durante un extenso período de la etapa transicional, pero se desarrolla aceleradamente a partir de la caída de Perón. En 1956, conoce a Rogelio Frigerio el más lúcido expositor del desarrollismo, una visión de la Argentina, cuyas raíces se encuentran en un libro escrito por Carlos Hojvat, sobre geografía económico-social argentina, publicado en 1947 y titulado ¿Somos una Nación?. Frigerio se constituye en la persona más influyente en el entorno de Frondizi y en el proveedor, con su equipo conocido como la Usina, de todas las estrategias políticas de orden nacional e internacional de su gobierno. Frigerio comenzó a apoyarlo desde la revista “Qué pasó…en 7 días” y, desde entonces, unieron sus destinos políticos hasta el cenit de sus respectivas trayectorias.

Esta tercera etapa es menos complicada en su estructura que la precedente. El tema central y excluyente de su visión ideológica es el desarrollo. Los tonos dominantes del nuevo esquema son expuestos por Frondizi en una monografía publicada en 1957. Aquí los viejos temas de la reforma agraria y la nacionalización son omitidos. La agricultura es ahora visualizada en términos de mecanización y utilización de tecnología avanzada para alcanzar incrementos en la producción.

Frondizi comienza a trascender su propio pensamiento y a integrarlo. Argumenta que no es real el dilema entre el país agrario o la nación industrial, y cita a los Estados Unidos como un ejemplo donde agricultura e industria se refuerzan y potencian mutuamente. Con respecto a la industrialización Frondizi comienza un proceso de diferenciación respecto de la fallida experiencia del peronismo, poniendo el énfasis en el desarrollo de la industria pesada, sin la cuál considera imposible completar el ciclo que supere la dependencia externa. Aparece claro que considera al acero como un elemento clave dentro del complejo de la industria pesada, pero también menciona al petróleo y la petroquímica. Sin duda, la más notable ruptura con su pensamiento de la etapa anterior es la completa ausencia de propuestas de nacionalización de industrias y servicios.

En el discurso inaugural de su Presidencia Frondizi acentúa el énfasis en la creación de la industria pesada y habla de la agricultura en términos de mecanización y tecnificación. Aquí ya muestra su abierta decepción respecto de las nacionalizaciones al decir: “Durante nuestro mandato el Poder Ejecutivo no propondrá nuevas nacionalizaciones, dado que nosotros consideramos que los graves problemas que el país enfrenta actualmente, no se resolverán transfiriendo actividades del sector privado al sector público”.

Que la ideología de Frondizi había sufrido una transformación permanente se confirmó en el Programa de Chascomús, adoptado por la UCRI en 1960. En él se afirma: “El objeto de ésta etapa de nuestra historia se expresa en la urgente necesidad del desarrollo nacional. Para superar la estructura dependiente que asfixia nuestra economía e impide la elevación de los niveles culturales y materiales de vida de nuestro pueblo, es necesario crear las bases reales de la independencia nacional”.

Frondizi innova también en el tema del federalismo tan caro al pensamiento del radicalismo histórico. Sostiene que el desarrollo permitirá la integración económica nacional, superando la brecha histórica entre la opulenta Buenos Aires y el interior empobrecido. Crea para ello, el Consejo Federal de Inversiones, como un instrumento de planificación e integración.

El rol activo del Estado en la promoción del desarrollo es defendido y amplificado por Frondizi. En su monografía de 1957 -ya citada- afirma vigorosamente las políticas de protección para las industrias emergentes, citando una vez más a los Estados Unidos como modelo.

Quizás la mayor innovación en su pensamiento y el elemento central que incorpora en esta etapa, se vincula con la participación del capital externo y la asistencia técnica para impulsar el desarrollo económico de la Argentina. Si bien es cierto que existían observaciones aisladas sobre el capital extranjero “bueno” y el “malo”, el tema nunca había sido desarrollado sistemáticamente. Ahora Frondizi comienza a sentar las bases para la aceptación del capital externo como instrumento del desarrollo, un aspecto de su ideología que irá haciéndose más claro en sus subsecuentes acciones.

En materia de política exterior Frondizi mantiene el compromiso formal de no participar en pactos internacionales, particularmente de carácter militar, pero atempera la tradicional posición irigoyenista. En el Programa de Chascomús se dice: “Nosotros ratificamos la tradicional política Argentina de paz y respeto a los principios de autodeterminación de los pueblos y de no intervención. La Nación participará en organizaciones que promuevan la paz, el derecho y la convivencia entre los pueblos del mundo. La política internacional de nuestra nación debería proyectar sus objetivos nacionales para obtener la cooperación de naciones con más alto nivel de desarrollo y para asegurar la solidaridad de los pueblos de Latinoamérica en el propósito común del desarrollo”.

Se deduce de esta Declaración como de las acciones del Presidente, el propósito de impulsar acuerdos con los organismos internacionales de crédito como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el, recién creado, Banco Interamericano de Desarrollo, para incorporar el capital y la asistencia técnica que la Argentina necesitaba para modernizar y desarrollar su economía.

Desde el punto de vista de la estrategia política Frondizi es, en esta etapa, un celoso defensor de la legalidad y la estabilidad institucional. Con la UCRI bajo su control, su mayor esfuerzo apunta en dirección de conseguir el apoyo de la clase obrera para sumarla a la tradicional base de clase media con que cuenta su Partido. Al principio esta estrategia se expresa en el acuerdo con el peronismo y, posteriormente, en la política de “integración” un intento, como se dijo, de ampliar las bases de su movimiento político con la participación de la dirigencia de la clase obrera de origen peronista.

Mientras que la relación entre desarrollo y democracia no es todavía explícitamente elaborada, es probable que esa conexión se hiciera no sólo para contrabalancear el poder de la oligarquía agro-exportadora, sino para demostrar que un régimen democrático podía impulsar el desarrollo y sostener una creciente y próspera economía.

La ideología desarrollada en esta tercera etapa del pensamiento de Frondizi permaneció inalterada desde su ascenso al poder, en sus principales premisas, pero fue experimentando ajustes, adecuaciones y cambios instrumentales que la hicieron aparecer como contrastando

con muchos aspectos de la etapa siguiente.

LA ETAPA DEL DESARROLLISMO MILITARIZADO (1966-1970)

A mediados de los años 60 con un escenario internacional de Guerra Fría, la política hemisférica pasa a ser dominada por el conflicto Este-Oeste y la lucha contra el comunismo. Con la emergencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional como divisa oficial de Washington, las débiles democracias latinoamericanas son sustituidas por regímenes militares que toman el poder sin plazos, en un intento por contener el avance del comunismo en la región y consumar una reorganización total del estado, la sociedad y la economía. El golpe de Estado de los militares brasileños en 1964 sienta el precedente y, a partir de entonces, el modelo se extiende a otros países, fundamentalmente en el Cono Sur de América.

El derrocamiento de Frondizi, el interinato vigilado de Guido y la posterior caída de Illia, potenciados por una colosal campaña de acción psicológica, generan en grandes sectores de la opinión pública una pérdida de fe en el sistema democrático como el instrumento más apto para promover los cambios estructurales que permitan superar el subdesarrollo.

Aparece entonces, a la luz del desarrollismo autoritario que desplegaban aceleradamente los militares brasileños, la idea de que las fuerzas armadas podían ser, en las condiciones históricas referidas, el agente impulsor más eficaz de los cambios estructurales y el desarrollo económico. No podemos dejar de señalar que, mientras los militares brasileños mantuvieron inalterable la estrategia del “nacional desarrollismo” y un régimen parlamentario, la versión Argentina barrió con las instituciones de la República e inició el largo proceso de desindustrialización que se consumaría en la segunda mitad de los años 70.

En el pensamiento de Frondizi las sucesivas frustraciones democráticas desde Irigoyen hasta Illia, mostraban claramente la impotencia del sistema de partidos para asegurar, al mismo tiempo, la consolidación democrática y el desarrollo económico. En su cosmovisión los cambios en la estructura económica harían viable la democratización de la sociedad, pero ese proceso requería una secuencia y no una simultaneidad.

La falta de una burguesía nacional consolidada y conciente que condujera el proceso hacía que las fuerzas armadas se subrogaran en el papel de la burguesía para materializar los cambios. La inexistencia de un movimiento nacional que uniera a la elite industrial, con las clases medias y el proletariado mostraba la impotencia, del régimen democrático y de los gobiernos surgidos de su seno, para asegurar las estrategias de desarrollo a mediano y largo plazo.

Frondizi comienza a visualizar lo que el llama “la revolución nacional” como la alternativa frente al estancamiento y la eventual desintegración social. Sin embargo, en sus declaraciones de la época subraya que el principal objetivo de esa revolución es posibilitar el retorno a la estructura democrática, lo que sólo considera posible si se produce la transformación de las estructuras económicas, sociales y políticas de la Argentina.

Pronto habría de decepcionarse del pretendido rol transformador de los gobiernos militares. Su activa participación en el Frente Cívico de Liberación Nacional en 1972 y en la Comisión Multipartidaria en 1981, marcarían su retorno a la premisa ideológica inicial de la correlación entre democracia y desarrollo.

UNA ESTRUCTURA PARA ANALIZAR EL CAMBIO IDEOLÓGICO

Quedan claros, en este breve examen del desarrollo ideológico de Arturo Frondizi, los importantes cambios operados a lo largo de un período de más de cuarenta años. La próxima tarea es analizar esos cambios para descubrir como y porqué ellos ocurrieron. Para hacerlo de manera sistemática y dotarla de significado, hemos intentado desarrollar una estructura para analizar los cambios ideológicos.

El enfoque que hemos adoptado para el caso de Frondizi visualiza los cambios ideológicos como respuesta a la nueva información. Esta información puede provenir de fuentes internas o externas. Las primeras tienen que ver con elementos que ya existen en la estructura cognitiva del sujeto. La información externa puede provenir de una variedad de fuentes: la prensa, su propia acción política, el medio social o la realidad internacional.

Los modos en que las personas responden a la nueva información son complejos. La estructura de la personalidad tiene mucha importancia, ya que es evidente que diferentes sujetos responden de manera diferente a la misma información, aún cuando sustenten la misma ideología.

Para poder reexaminar los cambios ideológicos en el pensamiento de Arturo Frondizi, es necesario contar con una categorización específica de las posibles respuestas a la nueva información. En tal sentido la psicología cognitiva aporte seis posibles respuestas o “soluciones”para las situaciones en que la nueva información entra en conflicto o desafía a la ideología preexistente, ya sea que la contradiga o demuestre su inadecuación.

1.- Rechazo: Esta suele ser una respuesta común, atrayente y tiende a ser elegida siempre que resulta posible. Cumple con dos principios básicos: preserva la estructura cognitiva existente y evita la disonancia o contradicción entre lo existente y lo nuevo. En suma, cristaliza la ideología y da seguridad. Sin embargo, cualquier sujeto preocupado por alcanzar alta predictibilidad no puede ignorar información muy fundada, ni simplemente descartarla porque contradiga su sistema de creencias.

2.- Incorporación: Si el rechazo resulta imposible, la más atractiva posibilidad es incorporar la información desafiante, pero interpretándola de tal manera que se ajuste a la ideología preexistente. Esta fórmula preserva la estructura cognitiva existente y no incrementa la disonancia o contradicción. Por supuesto, implica un mayor esfuerzo cognitivo que el mero rechazo y resulta limitada en sus posibilidades. Puede resultar difícil o imposible manipular la nueva información de manera que se ajuste automáticamente a la estructura previa. Ello depende de la naturaleza de la información como del tipo de ideología. Sin embargo, la interpretación puede convertirse en manipulación cuando coloca los hechos en un contexto que les cambia su significado, para evitar el efecto no deseado de la disonancia o contradicción.

3.- Elaboración: Esta representa una respuesta más típica que la incorporación, pero psicológicamente menos atrayente. Consiste en convertir la nueva información en una construcción que se agrega a la estructura existente. Esta alternativa no preserva la vieja estructura, pero tampoco la violenta. El grado de disonancia producida es variable. Si se vincula estrechamente con otros elementos la disonancia puede resultar significativa. Pero, si está relativamente aislada de la estructura ideológica producirá poca o ninguna disonancia. La nueva construcción agregada se introduce como un parche, imperfectamente vinculada con los otros elementos. Ésta tiende a ser una solución inestable dadas las presiones para construir una estructura de mayor generalidad. Con el paso del tiempo, probablemente, el sujeto extraerá implicaciones del nuevo elemento, y éste entrará en conflicto con los elementos restantes. La probabilidad del conflicto dependerá de características de la personalidad como la tolerancia a la ambigüedad y las demandas por conectividad e integración entre los elementos de su ideología.

4.- Diferenciación: Este mecanismo supone la modificación de un viejo concepto dividiéndolo o diferenciándolo de tal manera que pueda incorporar la nueva información. Ello produce moderados cambios en la vieja estructura, pero mayores que los producidos por la elaboración. Es, en general, un medio satisfactorio para reconciliar elementos disonantes y puede alcanzar alta predictibilidad con menores niveles de generalidad. Normalmente representa un tipo de solución estable.

5.-  Reemplazo: Implica descartar la vieja construcción reemplazándola por otra que se corresponda con la nueva información. Ello produce un violento cambio en la ideología existente y, por tal razón, es frecuentemente resistida. Tiene la ventaja de alcanzar simultáneamente los tres principios que hemos considerado: predictibilidad, generalidad y reducir la disonancia o conflicto. Es lo más parecido a una conversión y se puede producir como el resultado final de un proceso que comenzó con la elaboración como solución inestable.

6.- Trascendencia: Es el más elevado nivel en que se opera el cambio ideológico y cognitivo y se lo asimila al término “reconciliación”. Es una solución altamente satisfactoria en varios sentidos. Permite alcanzar elevados niveles de predictibilidad y resuelve satisfactoriamente los conflictos o disonancias. Produce significativos cambios en la vieja ideología, pero no tantos como el reemplazo. Sin embargo, suele ser el menos empleado por que es el más difícil de alcanzar. Encontrar un concepto que exitosamente integre lo viejo y lo nuevo requiere un alto nivel de creatividad y capacidad mental. En su mejor expresión, este es el logro obtenido por los grandes ideólogos de la historia.

Los seis mecanismos descriptos son los medios para resolver la situación que se enfrenta cuando la ideología es confrontada con información discrepante. Las primeras dos soluciones (rechazo e incorporación) no producen cambios ideológicos. Las otras cuatro (elaboración, diferenciación, reemplazo y trascendencia) sí los producen.

EL CAMBIO IDEOLÓGICO EN FRONDIZI

Si aplicamos el modelo expuesto al análisis de la evolución del pensamiento de Arturo Frondizi, nos encontramos con un actor privilegiado, permanentemente comprometido en evaluar y revaluar su propia ideología, la que le sirvió como un medio para entender el mundo y guiar su propia acción política.

La clave de los cambios que se fueron operando tienen que ver tanto con la “permeabilidad” del protagonista cuanto con los acontecimientos políticos que marcan cada una de esas etapas. Desde el derrocamiento de Irigoyen que marca el inicio de la fase “Reformista”; pasando por la II Guerra Mundial que lo introduce a la etapa “Transicional”; la caída de Perón que inicia el ciclo del “Desarrollismo”; hasta  su propia caída y la de su amigo Arturo Illia que desembocan en la línea del “Desarrollismo militarizado”. Otro tanto puede decirse de las convulsiones de los primeros 70 que lo llevan a formar el Frecilina; o de la catástrofe de Malvinas que profundiza su participación en la Comisión Multipartidaria.

Así como las etapas de su pensamiento están claramente marcadas por convulsiones históricas y políticas, el elemento central que mueve esos cambios es la interacción entre información e ideología. Esos cambios fueron determinados por la información que derivaba de su propio accionar político y, al mismo tiempo, por su vocación intelectual de entender y procesar las transformaciones políticas y sociales de su tiempo. Sin embargo, ese proceso era complejo y contradictorio porque la información entraba en conflicto con la ideología preexistente y ésta, a su vez, era utilizada para interpretar la nueva información. Así se generaba una dinámica de cambios cognitivos, que obligaba a la permanente revisión de los paradigmas que, hasta ayer, parecían inconmovibles.

Frondizi experimentó todas las soluciones cognitivas, menos el rechazo, para integrar la nueva información a la ideología preexistente en la búsqueda de una coherencia “sustancial” más que formal. Los mecanismos de incorporación, elaboración, diferenciación, reemplazo y trascendencia jugaron algún rol en su permanente búsqueda de coherencia.

Excedería los términos de esta exposición ilustrar como operaron los diferentes elementos del modelo en cada circunstancia. Pero no podemos resistir ilustrar con unos pocos ejemplos la dinámica y racionalidad de esos cambios. En la etapa original o reformista Frondizi “incorpora” la tradición irigoyenista a la estructura básica del reformismo político y social. Cuando la II Guerra Mundial interrumpe la tradicional relación de Argentina con sus fuentes de aprovisionamientos industriales haciendo patente la dependencia, sobre todo en materia energética, se dispara en Frondizi un mecanismo para “elaborar”un nuevo paradigma que reduzca la dependencia y permita un crecimiento más autónomo y acelerado de la economía. Con la finalización de la Guerra de Corea y la recomposición de las economías centrales, se manifiesta la incapacidad de Argentina de financiar su propio desarrollo,  Frondizi comienza a elaborar el “reemplazo” de la antigua retórica de las nacionalizaciones, por la participación del capital externo y la promoción del cambio tecnológico. Para mantener la raíz nacional de su pensamiento apela a la “diferenciación” separando el concepto de nacionalismo en dos significaciones diferentes: el nacionalismo de “fines” y el nacionalismo de “medios”. Finalmente, tomada como un todo, su compleja elaboración ideológica lo prefigura como un hombre de síntesis, que bebió de todas las vertientes del pensamiento de su tiempo. Esa peculiaridad le permitió “trascender” los estrechos modelos faccionales y “reconciliar” la ecuación democracia-desarrollo, para convertirse en la figura nacional que hoy se reconoce. En suma, su experiencia prueba nuestra premisa: los cambios ideológicos resultan de la incorporación de nueva información a la estructura ideológica preexistente en un proceso complejo y contradictorio, dialéctico, donde ambas se modifican e integran en una estructura que trasciende a la ideología anterior, dotándola de mayor eficiencia predictiva.

Amigos:

Todo lo dicho hasta aquí carecería de sentido si no nos habilitara a entender los mecanismos por los cuáles un hombre, en este caso Frondizi, consagró su vida a la aventura intelectual y política de construir un pensamiento nacional. Era, sin duda, dueño de una vigorosa personalidad intelectual que puso al servicio de la política, pero a la que jamás renunció. Nos dejó una metodología del pensar que obliga a un riguroso escrutinio de todo. Nos enseñó que no traiciona el que abandona una idea, sino el que se aferra a ella aún cuando se verifica equivocada.

Quiero extender una fraternal exhortación a los muchos admiradores de Frondizi aquí presentes: Imítenlo!!!. No se conformen con la repetición de los diagnósticos que Frondizi y Frigerio formularon en el marco de un mundo bipolar, de la coexistencia pacífica y de la emergencia de las nuevas naciones que salían del colonialismo. Ellos tuvieron la audacia de plantearse y acuñar una fórmula para resolver “la cuestión nacional” en las condiciones de un país periférico y subdesarrollado, dentro del contexto histórico que emergió después de la última postguerra.  Frondizi fue, sin duda, el gran modernizador de la  Argentina en la segunda mitad del Siglo XX.

Hoy, vivimos otro mundo. Estamos en el Siglo XXI. Habitamos en la “Sociedad de la Información”. El muro de Berlín se ha derrumbado hacia ambos lados y, con él, algunos mitos como el “economicismo”: la idea del desarrollo como un proceso lineal que soluciona todos los problemas del hombre y garantiza un sendero de crecimiento indefinido. Las esperanzas desmedidas en la función del capital extranjero y cierta idolatría de la industria pesada, debieran dejar de ser pensadas como fines y ser asumidos como objetivos intermedios. Si algún reparo debe hacerse a la cosmovisión de Frondizi, hacia el final de su carrera, es la subestimación de la política y su confianza irrestricta en que la transformación de las bases materiales de la sociedad, traerían automáticamente la prosperidad, la libertad y la justicia.

Hoy, en el sistema internacional, un peligroso unilateralismo hegemónico pretende imponer la redistribución del poder y la riqueza a escala mundial. Pero también hay signos positivos como la emergencia de nuevos actores con capacidad decisoria en el tablero mundial, Europa, Rusia, China, India, Brasil. De la dialéctica entre lo global y lo nacional surge con fuerza la regionalización como síntesis superadora.

Es preciso trazar un mapa del mundo actual y ubicar a la Región y a la Argentina en la nueva cartografía política, económica y militar. Es cierto que el mapa no es lo mismo que el territorio, pero resulta imprescindible para orientar nuestros pasos en el camino correcto que nos permita vincularnos, adecuadamente, en las corrientes históricas actuales bajo las que se desenvuelve y configura el orden internacional.

Hay que reconstruir el Estado desarrollista en América Latina, pero en el marco de una región como Sudamérica, en la convergencia del Mercosur con la Comunidad Andina de Naciones, para servir a un mercado regional de más de 300 millones de habitantes, cuya integración y expansión nos permita participar como actores en la construcción del sistema internacional.

El mejor homenaje que le podemos rendir ha Frondizi es plantear un nuevo desarrollismo que se construya a partir de revisarlo todo, como él lo hizo, hasta los supuestos básicos del desarrollismo.

Quiero terminar afirmando que si vamos a hablar de moral política, hay que decirlo bien fuerte: Frondizi nunca dejó de soñar con una Argentina desarrollada, para lograrla, nunca dejó de considerar los caminos disponibles. Tuvo el orgullo de ser fiel a su consigna central: la integración y el desarrollo. Tuvo la humildad de revisar su pensamiento y asumió la responsabilidad de sus rectificaciones. Si el oportunista es el que negocia sus principios, Frondizi nunca lo hizo. Si el dogmático es aquel que no negocia ni siquiera sus tácticas, Frondizi tampoco lo fue. Honra al que honra merece.

Muchas gracias

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