¿Se cierra el Ciclo neo-conservador?
Barack Obama triunfó en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre de 2008 en Estados Unidos, limpiando, con su contundente victoria, la imagen de una democracia en proceso de creciente descrédito.
El gran interrogante que se abre es si estamos ante un simple recambio de administración o ante el final del ciclo conservador que comenzó con Ronald Reagan, en 1980.
Si hubiera que ponerle una fecha al colapso de la era Reagan-Bush-Clinton-Bush, sería el fatídico 11 de Setiembre de 2008, con la quiebra de la centenaria banca Lehman Brothers.
Todo estaba preparado para que la democracia más antigua del mundo fuera gobernada, 8 años más, por otro Clinton, en este caso Hillary. Así, se hubiera dado la paradojal posibilidad de que dos familias Los Bushes (petróleo e industria militar) y los Clinton (Wall Street y otros sectores financieros) dominaran -durante casi tres décadas- a una orgullosa democracia que se propone a sí misma como modelo político universal.
Los 8 años de George W. Bush no fueron sino la ratificación del fraude que le permitió asumir la presidencia en el año 2000. El candidato Demócrata Al Gore, que obtuvo la mayoría de los votos electorales, tuvo que aceptar que -en el Estado de Florida- gobernado por Jeff Bush (hermano de George W), se manipularan los cómputos y se impidiera el recuento voto por voto. A su vez, el pueblo norteamericano, tuvo que esperar dos meses para que la Corte Suprema de Justicia, con el voto de uno de sus miembros nombrado por George Bush (padre de George W.), decidiera contra el recuento de votos y convalidara el fraude electoral. Todo ello se consumó, ante el sugerente silencio del matrimonio Clinton.
A partir de entonces, Bush, Cheney y los Neoconservadores (Neocons) de la “New American Century” se embarcaron en una desenfrenada aventura bélica, financiera y comunicacional, que acabó en derrota militar, crisis financiera global y falta de legitimidad interna e internacional.
La manipulación del terrorismo fue utilizada para consagrar una Doctrina de Seguridad Nacional (2002) que legitíma el ataque preventivo, la violación de los derechos humanos, el cercenamiento de las libertades civiles y el establecimiento de campos de concentración desde Guantánamo hasta el Este de Europa. El intento de establecer ese “modelo de democracia” en dos neo-protectorados como Irak y Afganistán, son apenas las muestras más notorias de la concepción y el ejercicio de una hegemonía unilateral, que se va desmoronando en sincronía con el decepcionante y melancólico final de la Administración Bush – Cheney.
Si uno se limitara a comparar los perfiles, trayectorias, y legitimidad de origen -entre el saliente Bush y el entrante Obama- podríamos caer en la tentación de suponer que se ha operado un cambio fenomenal en las prácticas políticas de EE.UU. Las diferencias, entre un miembro de una de las dinastías política y económica más perdurables de Norteamérica: los Bush, que llega al poder de la mano del “Big Money”, fundamentalmente vinculado al petróleo y la industria militar; y la de un mestizo, mitad kenyano y mitad americano, que arranca desde el fondo de las encuestas y se impone al establishment demócrata primero y republicano después, son grandes y profundas. Pero es importante no dejarse encandilar por las apariencias y escrutar como juegan todos los actores en la compleja estructura del poder de la nación más poderosa del planeta.
La interna Demócrata: Experiencia vs Cambio
Quien haya seguido la campaña electoral desde la primarias hasta la Convención Demócrata, pudo apreciar que el dilema se planteaba entre “la experiencia” (Hillary Clinton) y “el cambio” (Barack Obama). Hillary fue, desde el arranque, la favorita del establishment demócrata y la alternativa aceptada de los republicanos. Eso comenzó a cambiar en directa relación con los resultados de las encuestas, y de las primarias, que daban a Obama ganador.
La candidatura de Hillary a la presidencia se había comenzado a construir en el mismo momento que se mudó de la Casa Blanca. Su gran amigo y promotor el, entonces, Senador por New York Daniel Patrick Mohinyan, quién terminaba su período, la convenció que la Senaduría Demócrata por New York era la jugada política ideal para mantener y estrechar sus lazos con Wall Street y el poderoso lobby pro-israelí local. Existía un problema, Hillary no había vivido jamás en New York. El detalle se arregló rápidamente comprando una residencia en los suburbios donde Hillary y Bill establecieron su domicilio. Ella fue electa Senadora y el constituyó su Fundación. Las bases para la candidatura de Hillary estaban echadas.
Allí nació la idea que, después de la etapa “fundacional” de los neocons, volvería “el cambio”, asociado al género femenino, de la mano de la primera mujer Presidente de los EE.UU. La maniobra intentaba repetir el “compre dos votando a uno”, con lo cuál volvía el Clintonismo reciclado, con Bill como poder detrás del trono. Al fin, los 8 años de Clinton se computaban dentro del ciclo de la Gran Coalición iniciada por Reagan y continuada por los Bushes.
Entonces apareció el Plan B, además del cambio de género había que jugar la ficha del cambio racial. John Kerry lo vio claramente, cuando designó a un desconocido legislador local de Illinois como el key-note speaker, en la Convención de Los Ángeles que lo ungió candidato del Partido Demócrata. Ese joven e ignoto legislador era Barak Hussein Obama.
Nueva política o simple gatopardismo?
Como el lector advertirá a esta altura del relato, la pregunta obligada es ¿Qué significa “experiencia”? cuando Hillary no había tenido ninguna función ejecutiva en su vida, excepto que se considere tal ejercer como “primera dama”.
La otra pregunta del millón es ¿qué significa “cambio”?
Después de conocer los nombres de quienes conformarán el Gabinete de Obama,uno descubre, con perplejidad, el vacío de significado de las palabras que movilizaron al electorado estadounidense.
La BBC de Londres bajo el insinuante título “Con sabor a Clinton”, señala: “Al filtrase poco a poco la lista de los integrantes del equipo del presidente electo de los EE.UU., Barack Obama, se comprueba que casi todos los nominados tienen una relación con la administración del ex – presidente Bill Clinton (1993-2001)”. Así la cadena británica resultó el primer medio internacional en señalar la futura administración de Obama como un “reciclado” de la “era clintoniana”.
David Brooks apunta: “Clinton, Gates, Jones, Holder, Volcker, Summers, Emanuel, Craig, Richardson, Podesta, son algunos de los nombres más conocidos de la cúpula política de Bill Clinton. Ahora son los integrantes del “nuevo” gobierno, el que prometió “cambiar” el mundo que ellos mismos, entre otros, crearon.” Eso sin contar a Tom Vilsack, nominado Secretario de Agricultura, quien fue copresidente de la campaña presidencial de Hillary Clinton e Hilda Solis, próxima Secretario de Trabajo, quien defendió a Clinton en la Cámara de Representantes.
Barack Obama es un ferviente admirador del estilo de gobernar de Abraham Lincoln (que era republicano), sobre cuya Biblia jurará cumplir con su mandato como Presidente. Hace pocos días afirmó: “Lincoln llevó a su gabinete a todas las personas que se le habían opuesto porque, como se sabe, sea cual sea el sentimiento personal que exista, la cuestión primordial es: ¿Cómo podemos hacer para sacar a este país de este momento de crisis?” Sin duda, Obama intenta presentar su gabinete como el resultado de una síntesis: “Lo que vamos a hacer es combinar la experiencia con el pensamiento fresco. Pero entiendan de donde proviene la visión del cambio. Primero y ante todo, proviene de mí”.
Existirá la tercera Coalición? ( 1933-1980-2008)
Lo que hizo Lincoln y hoy intenta repetir Obama es lo que se conoce en la jerga norteamericana como “un equipo de rivales”. En ese sentido Barack Obama, incorporó a tres de sus rivales por la candidatura demócrata: Hillary Rodham Clinton, Bill Richardson y hasta el Senador Joe Biden, otro rival, se convirtió en vicepresidente electo. También lo hizo incorporando republicanos como Gates y Ray Lahood quien se desempeñará como Secretario de Transportes.
El sistema bipartidista norteamericano permite establecer “políticas de estado” y grandes Coaliciones que, con variantes y diferencias de estilo, se proyectan durante varias décadas. La composición de esas Coaliciones se modifica constantemente en su integración social, a partir de núcleos “originarios” a los que se incorporan núcleos “agregados”.
Esas grandes coaliciones políticas se reformulan en función de las crisis cíclicas del sistema capitalista cuya orientación, desde 1930 hasta la actualidad, se define en función de los intereses globales de los EE.UU. Durante ese período se conformaron dos grandes Coaliciones políticas.
Como respuesta a la crisis financiera de 1929, se constituye -a partir de 1933- la llamada “Roosevelt Coalition” que echa la bases del Welfare State (Estado del Bienestar) . Este esquema político, con variantes demócratas y republicanas, perdura hasta la Administración de James Carter y colapsa a finales de los setentas.
Sobre la base de un núcleo original WASP ( white, anglo-saxon, protestant) de demócratas liberales del Este y republicanos moderados del Este y Medio Oeste, la coalición se conforma con núcleos agregados: sindicatos, minorías étnicas, católicos, judíos, afro-americanos, hispanos y hasta trotskistas.
De la mano de los cambios generados por los precios del petróleo, en la segunda mitad de los setentas, y el traspaso de ese enorme excedente monetario que se conoció como los “petrodólares” al sistema financiero, se inicia una nueva fase del sistema capitalista, cuya expresión política fue la “Reagan Coalition” que se conforma en 1980. Esta coalición desmantela el Estado del Bienestar, convierte al Estado en un vigilante nocturno, desregula el sistema económico, autonomiza el sistema financiero de la política y de la sociedad, iniciando un ciclo de concentración y expansión financiera conocido vulgarmente como globalización.
Su núcleo original también fueron los WASP pero, esta vez, republicanos, conservadores del Medio Oeste y del Sur profundo, a los que se agregaron grupos cristianos fundamentalistas (como la “moral mayority” del Reverendo Falwell), hispanos católicos (como los cubanos de Miami) el ala conservadora y religiosa de la comunidad judía. Su filosofía económica fue la “reaganomics” y su expresión política el neo-conservadorismo.
Esta última Coalición es la que colapsó con la actual crisis financiera que se origina en los EE.UU y se proyecta a escala mundial.
Esa es la herencia que recibirá Obama: una economía en recesión desde hace un año, un sistema financiero cuyo desplome no ha tocado fondo, dos guerras: una perdida y otra a perder y el momento de mayor descrédito y falta de legitimidad moral de los Estados Unidos en el mundo.
Es natural y legítimo que Obama llame a sus oponentes para construir una “Tercera Coalición”. El desafío le queda demasiado grande al Partido Demócrata e incluso a una mera coalición bipartidista en el Congreso. Es fácil discernir, entonces, “por qué” Obama convoca a los “experimentados” y poderosos. Lo que resulta mucho más complejo es predecir “para qué” los convoca. Si pretende realizar el cambio que prometió con los sobrevivientes de la “Reagan Coalition”, la misión aparece difícil. Por el momento, para utilizar sus propias palabras, ha reunido demasiada experiencia y pocas ideas frescas.
Una hipótesis para interpretar esas nominaciones, es la siguiente: que invierta la estrategia de Clinton. Éste intentó comenzar con un equipo progresista, con Robert Reich a la cabeza, que impulsara cambios en la seguridad social y en el medicare. Pronto advirtió que el ciclo iniciado por Reagan seguía vigoroso y vigente. Cambió el rumbo, arrojó a Reich y los progresistas por la ventana, logró la reelección y su segundo período se adaptó tanto a las exigencias del establishment, que le permitió salir airoso del escándalo Lewinsky y terminar su presidencia con honores.
Tal vez, la “Obama Coalition”, si adopta la decisión de producir un cambio estratégico, invierta el teorema de Clinton. Empiece apelando a los neoconservadores para resolver la crisis económica y financiera y, una vez en control del proceso, los arroje por la ventana, logre la reelección y profundice los cambios que, ineludiblemente, exigirá la nueva fase del desarrollo capitalista.
En el dilema entre continuidad o cambio, Obama enfrenta una situación que estrecha sus márgenes de decisión. Su trayectoria política y la determinación con que luchó y se impuso en la interna demócrata y en la elección presidencial, le otorgan un crédito moral que el ejercicio del poder suele devorar rápidamente.
Obama y América Latina
En primer lugar, hay que distinguir dos Américas Latinas dentro del esquema geopolítico y estratégico de EE. UU. Una está constituida por México, Centro- América y Caribe que integran su “zona de seguridad”. Por tanto ese pedazo de Latinoamérica marcha, crecientemente, hacia una integración funcional con Norteamérica, que la visualiza como esencial para su seguridad nacional y le asigna el carácter de área “hegemónica”
La otra es Sudamérica, mucho menos relevante para los objetivos de seguridad de los EE.UU., donde Colombia es el punto de inflexión -entre la relevancia e irrelevancia- en la visión de seguridad con que miran hacia el Sur del Río Grande.
En ese contexto, como afirma el Council of Foreign Relations (CFR, 14/05/08): “La política estadounidense ya no puede basarse en que Estados Unidos es el actor externo más importante en América Latina (lo que en términos geopolíticos implica, hoy, sólo América del Sur). Si existió una era de hegemonía estadounidense en la región, ésta ha llegado a su fin”.
El repliegue norteamericano de América del Sur se produjo a partir del 11/09/2001, convirtiendo a la región en un área no hegemónica. Ello marca una diferencia sustancial con el Norte de América Latina, desde México a Panamá –con la excepción de Cuba y Nicaragua- que ha completado su ciclo de integración funcional con EE. UU. , a través de los Planes Puebla-Panamá y Mérida.
Como señala acertadamente Jorge Castro: “Este repliegue estratégico no tiene carácter circunstancial. Desencadenado por los ataques del 11 de Setiembre, coincide ahora, en forma aparentemente irreversible, con el fin de la hegemonía estadounidense en la región. La política de EE.UU. en América del Sur surge de un consenso demócrata-republicano desde 2007. El que ejecuta ese consenso es el Subsecretario de Asuntos Latinoamericanos”. Y concluye: “No hay retorno de la hegemonía norteamericana en América del Sur, ni siquiera bajo la forma del extraordinario atractivo ( o “soft power”) de Barack Obama”.
Para ejemplificar ese vacío de hegemonía y el profundo requebrajamiento de la Doctrina Monroe, Juan Tokatlian ha mencionado, hace poco, los ejemplos siguientes: “No pudieron imponer el ALCA ni pueden expandir los TLC bilaterales; Sudamérica demuestra que puede resolver sus conflictos intra-regionales (Colombia-Ecuador) con sus propios órganos regionales (Grupo de Río); se lanza el Banco del Sur y el Consejo de Defensa Sudamericano, en el marco de UNASUR; dos países de la región expulsan en la misma semana a los embajadores de EE.UU. sin que nadie se inmute; un pequeño país como Nicaragua estrecha sus relaciones con Irán y reconoce a Abjasia, mientras que Ecuador los conmina a abandonar las bases militares en Manta. Venezuela realiza operaciones navales conjuntas con Rusia con la presencia en el teatro de operaciones del Presidente ruso, mientras Hu Jintao capitaliza la Cumbre de los países de la APEC, en Lima, y declara la voluntad China de acentuar su presencia en América del Sur.
El eterno “bloqueado”, Fidel Castro, celebra los 50 años de la Revolución Cubana y se da el lujo, en un mes, de hacer excepciones a su enclaustramiento y tomarse tres fotos siginificativas: con Lula da Silva, con el Presidente Ruso Medvedev y con el primer Ministro Chino Hu Jintao. Tres de los cuatro BRIC´s. Alguien podía imaginar algo igual desde la postguerra hasta 2003?”
Sin embargo, la elección de Barack Obama ha sido bien acogida por los gobiernos latinoamericanos. Se cree que tras su asunción habrá ciertas mejoras, aunque las expectativas son modestas.
La Administración Obama será mucho más proteccionista, por tanto, los que aspiraban a un TLC bilateral con EE.UU., como Uruguay, Colombia y otros, deberán tomar nota que, con Chile y México, se agotó el entusiasmo por la liberalización comercial con América Latina.
John Walsh, jefe de la organización no gubernamental Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, señala que Obama votó en el Senado contra la ratificación del TLC conColombia. Por tanto, será más difícil dar luz verde a ese tratado después que Obama asuma el poder. En su opinión, se desactivará el proceso de negociaciones para tales acuerdos entre Estados Unidos y los países latinoamericanos.
Es improbable un cambio político fundamental del nuevo gobierno estadounidense hacia América Latina y en las relaciones con Cuba, a pesar del manifiesto electoral de Obama y su equipo asesor, tendiente a captar el voto de los “hispanos”.
Michael Shifter, vicepresidente del grupo de expertos estadounidenses «Diálogo Interamericano», considera que el prolongado bloqueo que Estados Unidos ha impuesto contra Cuba ha sido criticado y condenado por los países latinoamericanos. Por esa razón, dijo, la política estadounidense hacia la isla reviste «un significado muy simbólico» en las relaciones entre ese país y la región.
Obama manifestó durante su campaña electoral que si fuera elegido presidente de Estados Unidos adoptaría medidas para relajar en cierto grado las sanciones y el bloqueo . El nuevo gobierno estadounidense permitiría a los cubano- estadounidenses volver a la isla para visitar a sus familiares, mientras que reduciría las restricciones sobre las remesas de dinero hacia Cuba.
Si Obama cumple su promesa, no sólo surgirán cambios en las relaciones estadounidense-cubanas, sino que también habrá mejorías en los vínculos de Estados Unidos con los países latinoamericanos y de su imagen en la región.
Sin embargo, Shifter considera poco probable que la administración Obama haga cambios radicales en la política hacia Cuba, por ejemplo, el levantamiento total del bloqueo contra la isla que se ha impuesto durante casi cinco décadas.
Además de las relaciones con Cuba, se espera que se suavicen los vínculos tensos de Estados Unidos con Venezuela y Bolivia.
En septiembre, Bolivia y Venezuela expulsaron de su territorio a los embajadores de Estados Unidos, y Washington respondió con la misma medida.
Bolivia suspendió más tarde la cooperación con la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA), lo que hizo más tensas las relaciones bilaterales.
Shifter opina que la administración Obama enviará de nuevo embajadores a esos dos países, y permitirá el regreso de sus respectivos embajadores a Washington, a fin de normalizar las relaciones diplomáticas.
En cuanto a la lucha contra el narcotráfico y las migraciones , los analistas consideran que la política de Obama, sobre estos temas, no variará mucho respecto a la de su antecesor George W. Bush.
Respecto al tema migratorio, Obama manifestó que recrudecerá el control fronterizo para impedir la entrada de inmigrantes ilegales, a la vez que adoptará medidas de reforma sobre la nacionalización de algunos indocumentados que ya llevan años en territorio estadounidense.
En suma, en la opinión de los “latino-americanólogos” profesionales de Washington no se operarán, respecto de América Latina, cambios radicales en comparación con la política de la administración Bush. En especial, Sudamérica, mantendrá su serena irrelevancia, dentro del esquema geoestratégico hemisférico.
Algunos gobiernos latinoamericanos esperan que con la asunción de Obama se incremente la ayuda económica del gobierno estadounidense a la región, ilusión que -según Shifter- será muy frustrante, pues no se descarta que, incluso, la cooperación al desarrollo disminuya.
En materia de seguridad, por ejemplo, no cambiará la política dura hacia el gobierno venezolano del presidente Hugo Chávez, ya que afecta intereses fundamentales definidos por el Comando Sur. La conclusión de Shifter es que no debemos hacernos demasiadas ilusiones.
Al entrar en la Casa Blanca, Obama tendrá que encarar una serie de problemas difíciles de resolver, entre ellos, superar la crisis financiera para evitar que la economía estadounidense se hunda en una grave y prolongada recesión.
Como el lector podrá apreciar son más los elementos de persistencia que los factores de cambio en las políticas de EE.UU. con respecto a nuestra región.
Obama y la Argentina
Argentina siempre fue un capítulo pequeño en la política exterior de los EE.UU., algunos creen que nunca pasó de un párrafo.
La Admnistración Kirchner, sin demasiada euforia, alienta la esperanza que su zigzagueante vínculo con George W. Bush vire hacia un mayor equilibrio con Obama.
Tres figuras del futuro gabinete: Joseph Biden, Hillary Clinton y Rham Emanuel, salieron del Congreso, donde el Embajador argentino Héctor Timerman, focalizó su trabajo en el último año. El punto de contacto entre Timerman y los tres ex congresistas es el poderoso lobby pro-israelí AIPAC, en cuya frecuentación todos confluyen.
La nueva ola de amigos que arriban al poder le dan un nuevo aire a Timerman que afirma desafiante: “El único conflicto que tiene la Argentina con Estados Unidos, son los argentinos que se autotitulan voceros de los Estados Unidos”. Esta es una verdad contundente respecto de nuestro elenco estable de norte-americanófilos. Agrega nuestro Embajador: “Argentina busca que la próxima administración (Obama) no centre su política en los temas de seguridad, sino en una agenda más amplia”. Y concluye afirmando estar seguro de que junto con Brasil y México, Argentina será “uno de los tres países con más diálogo con EE. UU”.
Dejando la retórica de lado, por el momento, lo único que tenemos en común con el “gran país del norte” es nuestra cruzada común contra la amenaza nuclear y el terrorismo iraní.
Formulamos nuestros mejores votos para que nuestra diplomacia se ocupe de temas menos “simbólicos” y más conducentes como el proteccionismo agrícola, las trabas sanitarias que impiden el acceso de carnes y cítricos al mercado estadounidense y que Washington “reconozca” parámetros más equitativos en la Ronda de Doha.
En fin, esperemos que a partir del 20 de Enero de 2009, podamos ver cómo, en la gestión de Barack Obama como Presidente de los EE.UU., adquiere significado pleno esa palabra que nos acompañó tanto a lo largo de este año de 2008:
“Cambio”.
Para eso, Obama y el pueblo norteamericano deberán demostrar que ellos pueden, como lo afirmaron a coro en la campaña
(“Yes we can”!!!)
Nosotros, desde este arrabal del mundo, los acompañamos con una palabra y un sentimiento que, a pesar de tantas decepciones, no pierde resonancia en nuestro espíritu:
Esperanza.