La creación del Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de Tres de Febrero, obedeció al propósito de des-encubrir los estereotipos que contaminan las visiones que argentinos y brasileños tienen unos de otros. Nadie ignora que alemanes y franceses tenían un conocimiento secular de sus respectivas culturas, mucho antes de crear la Comunidad del Carbón y del Acero, base de la actual Unión Europea. No ocurre lo mismo con nuestros países que ignoran recíprocamente sus historias, culturas e idiosincrasias. Esta situación de “vecinos distantes” permitió alimentar las rivalidades geopolíticas, militares, empresariales y futbolísticas, que aún persisten, después de veinte años de declararnos “socios estratégicos” y más de diez años de establecer el MERCOSUR.
Lo curioso de los estereotipos alimentados de ambos lados, es su coincidencia. La opinión pública de los dos países imagina que la relación bilateral, siempre favorece al otro que, además de sacar perpetua ventaja, siempre hace trampas, sea en el fútbol como en los negocios. Hoy, en Argentina, es usual que un diario de negocios titule: “También en los negocios la goleada es brasileña” y afirme que en los últimos años, los industriales brasileños se convirtieron en los dueños de las zapatillas que calzan los argentinos, la cerveza que beben, los frigoríficos que faenan las carnes que consumen y exportan. Después de la crisis de 2001 –se dice- se quedaron con empresas emblemáticas como Perez Companc (petróleo y gas); Quilmes (cerveza); Loma Negra (cemento) y, más recientemente Alpargatas e Indular. Si escucháramos la queja de los empresarios brasileños nos enteraríamos que el superávit comercial favorece más sostenidamente a la Argentina, en quien nunca se puede confiar, por sus actitudes unilaterales y poco solidarias, como negociar el precio del gas con Bolivia sin consultar con su “socio estratégico”.
Una manera de desvanecer los fantasmas que enturbian la relación sería un flujo importante de emigrantes entre ambos países. Esto tampoco ocurre, a pesar de las leyes que facilitan la residencia temporaria de ciudadanos de un país en el otro. Sólo los flujos turísticos empiezan a ser simétricos, temporariamente, ya que los argentinos son tradicionales visitantes de las playas brasileñas, mientras los brasileños –con salvadas excepciones- visitan Argentina en tours de compras, cuando el tipo de cambio los favorece. En lo que se refiere a migraciones permanentes, desde los años sesenta, se dieron en una sola dirección: argentinos que emigran a Brasil. Primero, el boom industrial brasileño de los 60´s atrajo una buena cantidad de profesionales, ingenieros y técnicos argentinos; luego, “la noche de los bastones largos” del Gral Onganía en 1966 se llevó una masa importante de académicos a las universidades brasileñas. Finalmente, se sucedieron: el “Milagro económico” de Brasil, los perseguidos de la “Triple A” de López Rega, los exilados del “Proceso”, los emigrados por la hiper-inflación de 1989 y, por último, los que huyeron a raíz de la crisis del 2001.
En suma, los argentinos se van y los brasileños no vienen. Esto obedece a un rasgo cultural específico de los argentinos. Estos ven a su país como una suerte de hotel tres estrellas. Cuando el ascensor se descompone o el aire acondicionado no funciona, se van. Hay un desarraigo argentino que no existe en Brasil, donde no prevalece esa actitud nómade y migratoria. Brasil contiene, Argentina expulsa. Pocos vuelven y mientras tanto, nos seguimos mirando con recelo. Somos dos sociedades que están condenadas por la geografía a conformar el eje central de un proyecto regional sudamericano. Los militares y el fútbol inventaron rivalidades artificiales, me pregunto si las seguiremos alimentando o cambiamos la confrontación por la integración y el desarrollo regional.