A lo largo de los siglos cada sociedad genera y construye sus propias enfermedades. Occidente, a partir del siglo XVIII, sostuvo la creencia que el progreso humano erradicaría la enfermedad. Esto no ocurrió. En los inicios del siglo XXI, la sociedad postmoderna o sociedad del rendimiento, traslada la crisis del pensamiento vigente al campo de la salud mental.

La sociedad postmoderna, urbana, técnica, digitalizada, robotizada, no integra a quienes tienen dificultades para adaptarse como “sujetos de rendimiento y productividad”. Tiene el peligroso privilegio de  generar una serie de trastornos psíquicos, principalmente formas de depresión, que la sociedad tradicional de tipo rural jamás provocó. La historia cultural de la sociedad entra en el dominio de un “mal latente”, que la sociedad descubre en individuos que tienden a aislarse, no se quejan de nada, no luchan por nada.

Las sociedades de los siglos XIX y XX fueron disciplinarias, desde el panóptico de Bentham al de Foucault, el capataz, la vigilancia, la coacción, estaban afuera. La sociedad del siglo XXI ya no es una sociedad disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Sus habitantes no son ya “sujetos de obediencia”, sino “sujetos de rendimiento”. Estos sujetos son emprendedores de ellos mismos, han internalizado los mecanismos de poder que antes estaban afuera y practican la auto-exigencia. Es producto de la creciente desregulación y se caracteriza por el verbo modal positivo: “Yes we can”. Yo puedo, “Se puede”, convertido en consigna de las modernas campañas políticas y publicitarias.

Los “emprendedores” con sus proyectos, iniciativas y motivación, reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria la rige el no. Ella generaba dependientes. La sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados. En este siglo al inconsciente social se lo programa bajo el afán de maximizar la producción. A partir de cierto nivel de productividad, la técnica disciplinaria, el esquema de la prohibición, no alcanza para  incrementar la productividad y alcanza pronto su límite. Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el del rendimiento, por el esquema del poder hacer. La positividad del poder es mucho más eficiente que el imperativo del deber. De este modo el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto del rendimiento es más rápido y productivo que el sujeto de la obediencia.

Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto del rendimiento sigue disciplinado. En relación al objetivo central: el aumento de la productividad no hay ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad.

La depresión es la enfermedad de este tiempo, porque se sitúa en el paso de la sociedad disciplinaria a la del rendimiento. El éxito de la depresión comienza en el instante en que el viejo trabajador dependiente, opta por el retiro anticipado y es inducido a la iniciativa individual. Se lo obliga a devenir él mismo. Al fracasar, el deprimido no está a la altura de las expectativas, está cansado del esfuerzo de devenir él mismo.

Según Alain Ehrenberg, el imperativo social de pertenecerse sólo a sí mismo causa la depresión. Ésta sería la expresión patológica del fracaso del hombre pos-moderno de devenir él mismo. También, el aislamiento, la carencia de vínculos, propia de la progresiva fragmentación y atomización social, conduce a la depresión. Estamos frente a una violencia sistémica inherente a la sociedad del rendimiento, que produce “infartos psíquicos”. Lo que provoca la depresión por agotamiento, es la presión por el rendimiento. Así, el síndrome de desgaste ocupacional no pone de manifiesto un sí mismo agotado, sino más bien un alma agotada, quemada. (burn-out). El imperativo del rendimiento es el nuevo mandato de la sociedad del trabajo pos-moderna.

El nuevo tipo de hombre, expulsado de la sociedad del bienestar en la que se educó, ese hombre indefenso, desprotegido, depresivo, se convierte en un “animal laborans” que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima. El sujeto del rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo, a través del reproche y la auto-agresión. De esta forma, el depresivo se convierte en el inválido de ésta guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de sobre-adaptación. Refleja una humanidad que dirige la guerra contra sí misma.

La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así el sujeto del rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en auto-explotación. El explotador es al mismo tiempo explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. La depresión se convierte así, en la manifestación patológica de esa libertad paradójica.

 

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